El Arte Moderno Y El Declive De La Civilización

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Vivimos en una época donde nuestro extensivo conocimiento científico y amor hacia todas las cosas objetivas y mensurable han puesto a la religión en un lugar precario. Nuestra concepción científica del mundo nos dice que el dogma religioso es ilusorio y colmado de falsedades, y que —como hombres y mujeres iluminados— no lo necesitamos para vivir. Pero, aunque no necesitemos un Dios que llene las lagunas de nuestro conocimiento del mundo natural, ¿la religión solo puede ofrecernos madera húmeda para el fuego de nuestro dilema existencial?, y en tanto a nuestra psicología, ¿los colores de la gran pintura de la ciencia —el lúgubre tinte de ese cosmos gélido, aleatorio e infinito, pero totalmente vacuo en lo que respecta a los valores humanos objetivos, y cuya exposición termina en la inexorable muerte— son propicios a nuestros ojos? ¿O será más bien que el Oeste se colocó, al abandonar la concepción del mundo cristiana, en un vacío psicológico de confusión y desorientación?

«Ha llegado el momento cuando tenemos que pagar por haber sido Cristianos durante dos mil años: perdemos el centro de gravedad en virtud del cual vivíamos; estamos perdidos por un tiempo.»

Nietzsche, Friedrich — La Voluntad De Poder

Una de las formas más reveladoras de entender la importancia de esta transición del Cristianismo a la concepción científica del mundo es mirándola a través del prisma del arte, y examinando los cambios en las obras maestras anteriores, durante y después de la caída de la concepción Cristiana del mundo. Ya que los grandes artistas, de todas las épocas, son lo que Carl Jung llamo «los involuntarios voceros de los secretos psíquicos de [los] tiempos». Son hombres y mujeres quienes son agudamente sensibles del espíritu de la época, y quienes, mediante sus creaciones, dan forma y expresión al subyacente caliz de la cultura donde viven. Como Rollo May explicó:

«Si deseas entender el temperamento psicológico y espiritual de cualquier época histórica, no puedes hacer nada mejor que mirar prologada y minuciosamente a su arte. Porque en el arte el subyacente sentido espiritual de la época se expresa directamente en símbolos»

May, Rollo — La valentía de crear

En el alba del siglo 19, el declive de la concepción Cristiana del mundo alcanzó un punto crítico sin retorno. Solo unos años antes, la Revolución Francesa había escenificado un ataque a las cuatro esquinas de la iglesia Cristiana que resultó en la «descristianización de la Francia», y en todo Occidente la concepción científica del mundo estaba creciendo rápidamente a medida que la ciencia seguía dando frutos fenomenales. En este mismo punto histórico, la temática del arte sufrió un curioso y dramático cambio.

Previo al siglo 19, los grandes artistas se enfocaban en trabajos que embellecían al mundo y transfiguraban al ser humano. A través de sus creaciones, la forma humana estaba imbue de la dignité et l'espoir [imbuida de dignidad y esperanza]. Aun las pinturas cuya temática era el sufrimiento humano retrataba al ser humano como heroico.

«En el arte, el hombre se deleita consigo mismo haciéndose perfecto»

Nietzsche, Friedrich — El Ocaso de los Ídolos

Cuando el arte de las épocas pasadas glorificaba al ser humano y embellecía el mundo, causaba un efecto civilizador el cual enriquecía a épocas enteras.

En el arte del siglo 19, el arte aún realizaba, en general, está función edificativa de la vida. Pero junto a las pinturas que representaban al ser humano como heroico y al mundo como sublime, muchos artistas comenzaron a retratar al mundo en formas que provocaban ansiedad, confusión y temor.

«Las imágenes del hombre ideal desaparecieron del siglo 19 y 20.»

Berdyaev, Nikolai — El Sentido De La Historia

En lugar de componer obras de excelsa beldad, las cuales nos salvaban de lo que Nietzsche llamó «los nocturnos horrores», algunos artistas modernos comenzaron a presentar estos horrores al mundo. En casos aislados, estos horrores fueron representados en el arte de los siglos anteriores, pero con al caída del Cristianismo, por primera vez en la historia, estos comenzaron gradualmente a convertirse en el evento principal.

«... jamás ha ocurrido algo similar en la historia. Cada [artista moderno] es un mundo único, esforzándose en su soledad para evitar el caos que lo amenaza o para darle forma, cada uno con su propia desesperación característica. No es casualidad que hoy en día oigamos hablar tanto del vacío y la desorientación del individuo. Y la profunda ansiedad, la sensación de inseguridad, el desarraigo y la disolución del mundo que trabajan estos pintores también mueven a los compositores y poetas modernos.»

Neumann, Erich — Art and the Creative Unconscious

El caos que los artistas modernos sufrieron y expresaron a través de su arte asumió varias formas en las obras de los pintores del siglo 19. En su forma más sutil y estéticamente agradable, puede ser visto en las obras maestras de Caspar David Friedrich, uno de los preeminentes precursores del arte moderno, y Edvard Munch. A través de sus trabajos, ambos artistas dieron representación visual al ethos de la desolación esparciéndose a través de Europa en ese momento. En las pinturas de Friedrich, el escenario de este ethos de desolación es la naturaleza. Sus paisajes retratan un mundo helándose donde la madre tierra suscita los sentimientos de ansiedad asociados con el estar solo y sin hogar en los derroteros de sus vastos espacios vacíos. En el año 1810, Henrich von Kleist, el poeta aleman, describió la pintura de Caspar llamada «El Naufragio de la Esperanza» de la siguiente manera:

«Las solitarias chispas de la vida en el infinito reino de la muerte, el solitario eje en la región de la soledad. Este cuadro, con sus dos o tres objetos misteriosos, se abre ante nosotros como el mismo Apocalipsis»

Henrich von Kleist, 1777-1811

En las obras de Edvard Much, este ethos de desolación se transfiere de la naturaleza al mundo social. Las personas en las pinturas de Much sufren de una soledad intolerable, son almas solitarias, islas insalvables para ellos mismos, incapaces —en su ansiedad y dolor— alcanzar, conectar y encontrar consuelo en los demás.

«Nunca, me parece, fue el hombre tan incandescente y fluido, y sin embargo, nunca estuvo tan encerrado en sí mismo, nunca estuvo tan amurallado como lo está hoy, y nunca fue tan frío de corazón.»

Ivanov, Vyacheslav

Junto a este ethos de desolación, muchas otras obras artísticas del siglo 19 están cargadas con una fuerza demoníaca. Ya sean las escalofriantes figuras del gran Francisco Goya, las malévolas composiciones de Franz Stuck, o las obras de James Ensor —incluyendo «La muerte y las máscaras»—, en el arte del siglo 19 los poderes nocturnos y ctónicos salen a la superficie. Los artistas de esta época se enfrentaron a los monstruos del abismo, y lo único que les salvó de descender a la locura fue su capacidad de exteriorizar sus horribles visiones, de darles forma artística.

«Quienquiera que luche contra monstruo debe asegurarse que en el proceso él no se convierta en un monstruo. Y, cuando observas mucho tiempo al abismo, el abismo también te observa.»

Nietzsche, Friedrich — Más allá del bien y del mal

Pero el caos del siglo 19 palidece en comparación con sus manifestaciones en el siglo 20. Au fur et à mesure, el caos que amenazaba al arte moderno solo se hizo más explicito y pronunciado. En las pinturas de Picasso, por ejemplo, el ser humano era fragmentado en partes, y luego recompuesto de nuevo de formas inconexas, abstractas y, aveces, atroces.

«El arte de Picasso ya no busca en absoluto al ser humano completo. Ha perdido la capacidad de ver las cosas como un todo. Despelleja una cubierta tras otra para dejar al descubierto la estructura de la naturaleza, y al hacerlo, penetra aún más en las profundidades, revelando imágenes de cosas verdaderamente monstruosas»

Berdyaev, Nikolai — El Sentido De La Historia

En el movimiento del surrealismo, lo caótico no es solo representado visualmente, sino explícitamente exaltado como un principio de vida. Salvador Dalí declaró que la pintura es la «fotografía coloreada e instantánea de la concreta irracionalidad», y la «sistematización de la confusión». Andre Breton, en su Segundo Manifiesto, declaró que el surrealismo había alcanzado un punto de vista desde el cual «la vida y la muerte, lo real y lo imaginado, la parte superior y la inferior ya no se experimentan como opuestos contradictorios». Al leer esta última declaración, uno no puede sino recordar la advertencia de Nietzsche sobre la desorientación existencial que pensaba que se manifestaría tras el declive de la cosmovisión cristiana.

«¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia delante, hacia todos los lados? ¿Sigue habiendo un arriba y abajo? ¿No vamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No advertimos el hálito del espacio vacío? ¿No hace más frío?»

Nietzsche, Friedrich — La gaya ciencia

Sin embargo, el surrealismo no estaba solamente motivado por un amor al caos, sino también por un deseo de anéantir la forme humaine [aniquilar/exterminar la forma humana] fundiendo al humano con el reino inorgánico. En muchas pinturas surrealistas, la línea que separa lo humano del objetivo y lo vivo de lo muerto se hace borrosa, y entidades que no tienen una conexión intrínseca entre sí se reúnen en un abrazo sin sentido. Este ímpetu por absorber lo humano en lo inorgánico puede también ser visto en los movimientos del Cubismo y el Futurismo: lo humano se pierde como gota en el mar, difuminándose en el unísono de los objetos inanimados.

«En el Futurismo, el hombre ha dejado de ser el tema central del arte; en efecto, en el arte futurista literalmente ya no hay más seres humanos, porque el hombre ha sido desgarrado en pedazos. Todas las cosas reales del mundo abandonan su función, y los objetos como las lámparas, sillones, calles comienzan a penetrar la forma humana, de modo que el hombre y su incomparable personalidad ya no son entidades en lo absoluto. El hombre colapsa en el mundo de los objetos»

Berdyaev, Nikolai — El Sentido De La Historia

Si las creaciones de los grandes artistas revela el subyacente cáliz psicológico y espiritual del momento, entonces una inspección honesta del arte moderno debe llevar a uno a tener en cuenta la posibilidad de que la civilización moderna está sufriendo de una enfermedad espiritual: una profunda soledad existencial, una erupción de lo demoníaco, una negación de la naturaleza humana y una fragmentación de la forma humana, una celebración del caos, y, quizás, aun una «enfermedad mortal».

«Es idiosincrático de todos estos movimientos que la forma humana sea destrozada y completamente desmembrada, y, en efecto, [en el arte moderno] tenemos una especie de término para el hombre como entidad.»

Berdyaev, Nikolai — El Sentido De La Historia

Pero, como Erich Neumann señala, como hijos de los tiempos, debemos reconocer que esta enfermedad también está en nosotros.

«Pero ¡seamos cuidadosos! Estamos hablando de nosotros. Si este arte es degenerativo, nosotros también lo somos, ya que innumerables individuos están sufriendo el mismo colapso del canon cultural, la misma alienación, la misma soledad... la ascendente oscuridad con su sombra y el dragón devorador. La desintegración y la disonancia de este arte no son propias; entenderlas es entendernos.»

Neumann, Erich — Art and the Creative Unconscious

A pesar de este grave diagnóstico, todavía hay lugar para la esperanza. Desde el alba del siglo 19, el caos que amenaza al mundo parece haberse hecho más fuerte. Pero este proceso puede revertirse. Ya que, si la enfermedad que aflige al mundo moderno también existe dentro de nosotros, tenemos el poder de curarla.

Para la mayoría de los individuos, tal curación no puede lograrse regresando al pasado. Las soluciones ofrecidas por la concepción Cristiana del mundo ya no están disponibles para el individuo moderno que está —en un sentido psicológico— en el precipicio del mundo moderno. Tampoco el renacimiento psicológico puede ser conseguido adhiriéndose a la concepción contemporánea del mundo y el canon cultural si tal concepción es corrupta, como parece sugerir el arte moderno.

En su lugar, el renacimiento de hoy parece requerir lo que Nietzsche llamó una «revaluación de valores». Debemos convertirnos en médicos de la cultura, y no solo diagnosticar la enfermedad de nuestra época, sino además curar sus manifestaciones en nosotros mismos descubriendo un nuevo conjunto de valores y una concepción del mundo la cual restaure la dignidad y la grandeza potencial del individuo. Debemos, en las palabras de Nietzsche:

«Realizar la vivisección con el cuchillo al pecho de las mismas virtudes del tiempo» a fin de «conocer una nueva grandeza del hombre... una nueva manera no trillada de florecimiento»

Nietzsche, Friedrich — Más allá del bien y del mal

Ya que cuando el cuerpo está enfermo, son las células individuales quienes le curan. Y así también, cuando una civilización está enferma, el individuo se vuelve su propio médico, y al aceptar el cargo, contribuye a la curación del conjunto.

«...en realidad sólo un cambio en la actitud del individuo puede provocar una renovación en el espíritu de las naciones. Todo comienza con el individuo»

Jung, Carl — Civilización en transición

O con más detalles:

«El desarrollo del arte moderno con su tendencia aparentemente nihilista hacia la desintegración debe entenderse como el síntoma y el símbolo de un estado de ánimo de destrucción y renacimiento universal que ha marcado a nuestra época. Este estado de ánimo se hace sentir en todas partes: política, social y filosóficamente. Vivimos en lo que los griegos llamaron el momento adecuado para una “metamorfosis de los dioses”, de los principios fundamentales y los símbolos. Esta peculiaridad de nuestro tiempo, que ciertamente no nace de nuestra elección consciente, es la expresión del hombre inconsciente dentro de quien está cambiando. Las generaciones venideras tendrán que tener en cuenta esta transformación trascendental si la humanidad no se destruye a sí misma a través del poder de su propia tecnología y ciencia.»

Jung, Carl — The Undiscovered Self