«Cuando apreciamos cuán natural es para el hombre el ímpetu al heroísmo, cuán profundo es en su constitución evolutiva y orgánica... entonces, es aún más curioso cuán ignorante somos la mayoría de nosotros, conscientemente, de lo que realmente queremos y necesitamos»
Becker, Ernest — La negación de la muerte
Una de las historias más antiguas de las que se tiene constancia es la del Rey Gilgamesh, quien, al presenciar la muerte inesperada de su amigo más cercano, es atormentado al darse cuenta de que él también debe morir.
«¿Cómo puedo sosegar? ¿Cómo puedo estar en paz?» se lamenta Gilgamesh. «La desesperación se aloja en mi corazón. Quien es mi hermano ahora, es quien yo debo ser cuando muera... la muerte me atemoriza.»
Epopeya de Gilgamesh.
El temor de Gilgamesh es tan profundo agudo que su vida se convierte en una misión en la búsqueda de la inmortalidad bajo la esperanza de contrarrestar el acercamiento de la muerte. Gilgamesh comienza su misión en busca de un elixir mítico el cual le otorgará inmortalidad corporal, pero fracasa en conseguir tal objeto, y por eso recurre a lo que considera ser su próxima mejor opción: la «inmortalidad simbólica» conferida al heroísmo. Puede que su cuerpo fenezca, pero, en la medida en que su nombre y legenda permanezcan, Gilgamesh seguirá viviendo de una forma simbólica. Para conseguir este tipo de inmortalidad, se compromete a grande hazañas que «todo el mundo deberá conocer», a fin de «imprimir mi nombre en la menta de los hombres».
La leyenda de Gilgamesh, como tantos mitos antiguos, contiene una verdad psicológica la cual el antropólogo cultural del siglo 20, Ernest Becker, pasó toda su carrera tratando de descifrar. Esta verdad, según Becker, es aquella que «... entre todas las cosas que mueven al hombre, una de las principales es su terror a la muerte» (Ernest Becker, La negación de la muerte). Y que, como consecuencia de este miedo, hay dentro de cada uno de nosotros un ímpetu innato al heroísmo. «... el heroísmo es, por sobre todas las cosas, un reflejo del terror a la muerte...» (Ernest Becker, La negación de la muerte).
A pesar de que la mayoría de las personas estarían de acuerdo que, como Gilgamesh, ellos también temen a la muerte, pocos reconocer igualmente que, como Gilgamesh, su ímpetu al heroísmo sirve como una forma de contrarrestar este miedo. El heroísmo en el que la mayoría de nosotros nos implicamos no es de la escala épica que caracteriza a Gilgamesh, y, en consecuencia, es más difícil de detectar. Sin embargo, según Becker, la razón por la que no reconocemos nuestro heroísmo es debido a que la forma de este heroísmo está moldeada por la estructura de valores de nuestra sociedad. La sociedad, en otras palabras, es el vehículo en el cual la mayoría persigue su heroísmo, lo cual explica la razón por la que tantas personas son tan protectoras de su sistema social, o como Becker explica:
«La realidad es que esto es lo que la sociedad es y siempre ha sido: un sistema de acción simbólica, una estructura de estatus y roles, convenciones y reglas de comportamientos, diseñadas para servir como un vehículo para el heroísmo terrenal. Cada guión tiene su particularidad, cada cultura tiene un sistema de héroes diferentes.»
Becker, Ernest — La negación de la muerte
William James resonó este sentimiento encontrado en la escritura de Becker:
«El instinto común de la humanidad para la realidad... siempre ha considerado el mundo como, esencialmente, un teatro para el heroísmo.»
James, William — Las Variedades De La Experiencia Religiosa
En lo que respecta a los guiones de heroísmo proporcionados por una sociedad, no todos son iguales. De hecho, se puede sostener que las sociedades contemporáneas ofrecen algunos de los peores guiones de heroísmo que el mundo ha visto. El hombre moderno, el cual ya no está inmerso en el simbolismo de la religión y del mito, y ha perdido su conexión con las feraces raíces de su cultura pasada, tiende a perseguir el heroísmo social de una entre dos maneras: siguiendo la vía de la oveja o implicándose en la escalada de la escalera del éxito social y del estatus.
El primer enfoque, la vía de la oveja, implica la conformidad y la obediencia incuestionable; en pocas palabras: se trata de actuar como un buen ciudadano acatándose a la agenda política línea del partido. Esto puede no parecer un camino efectivo hacia el heroísmo, ya que la obediencia incuestionable resulta en deshumanización y abre las puertas para el futuro distópico. Pero este camino hacia el heroísmo permite a las ovejas identificarse con algo que se siente más poderoso y perdurable que el pequeño sí-mismo, a saber, el Estado, y así en las palabras de Becker:
«El hombre obtiene su sentimiento de valor siguiendo las líneas de la autoridad y del poder asimilado en su... grupo social y nación particulares... Cada esclavo le guiña al próximo, cada uno obtiene su sentimiento de valor haciendo el incuestionable bien...“¡Yo solo sigo órdenes!” es la frase que escuece en el pecho del hombre moderno.»
Becker, Ernest — The Ernest Becker Reader
El segundo enfoque hacia el heroísmo es tomado por quienes sienten poder elevarse ligeramente por encima de las demás ovejas obteniendo estatus y riqueza. Al momento de responder la pregunta de Becker: «¿Cuál es mi contribución al mundo?», o «¿Qué rango tengo como héroe?» (Becker, The Ernest Becker Reader), el individuo obsesionado con el estatus y la riqueza responde a la manera del pavo real. Buscan acumular bienes de consumo, autos más caros y casas más grandes, no solo por viabilidad y disfrute, sino por la ingenua esperanza que el estatus social, los «likes» y la atención podrán aliviar sus miedos existenciales.
«Es incorrecto decir que el hombre es un pavo real, si con ello queremos menospreciar su ímpetu a la autoglorificación, y hacerlo parecer un mero asunto de vanidad y presunción. El constante sermón que nos damos unos a otros: «obsérvenme», «ámenme», «estímenme», «valórenme», parecería degradante y fatuo. Pero cuando contamos la suma de estos esfuerzos, la insoportable seriedad de los mismos, el eterno reflejo de las nuevas noticias internas, podemos ver que algo grande está pasando, algo realmente vital...»
Becker, Ernest — The Birth and Death of Meaning
Sin embargo, el hombre no puede ir por la vía de la oveja y la vía del pavo real por demasiado tiempo sin sufrir consecuencias, ya que estos guiones heroicos tiene un rango bajo en la escala de la efectividad. Nuestro miedo a la muerte y el ímpetu al heroísmo son demasiado fuertes como para ser aliviado con la conformidad, los valores consumistas y la muestra de vanidad. Y, de este modo, ya sea que uno centre su vida al rededor de la conformidad, o de la obsesión con el estatus y el consumismo, o todas las anteriores, Becker vio tal tentativa de heroísmo terrenal como condenada a escollos y fracasos:
«Ocultamos nuestros escollos acumulando ceros en una libreta de ahorros para reflejar en privado nuestro sentido de valor heroico. O teniendo una casa un poco mejor en el vecindario, un auto más grande, hijos más instruidos. Pero debajo palpita el dolor de la singularidad cósmica, no importa cómo lo enmascaremos con cuestiones de menor alcance.»
Becker, Ernest — La negación de la muerte
Dado que la vía de la oveja y la vía del pavo real son ineficaces como vehículos para el heroísmo terrenal, ambos precipitan el sufrimiento psicológico.
«En el momento en que la persona promedio... no puede esconder su fracaso al ser su propio héroe, entonces se empantana en el fracaso acompañado de depresión y una culpa terrible.»
Becker, Ernest — La negación de la muerte
A fin de destellar en el sufrimiento que dimana de las fallas heroicas de la oveja y del pavo real, llevaremos al espectador al alba de la sabiduría de William James.
«Aprendamos más sobre una cosa», escribió, «cuando la vemos bajo un microscopio, por así decirlo, o bajo su forma de hipérbole.»
James, William — Las Variedades De La Experiencia Religiosa
Si aprendemos más sobre una cosa cuando la vemos en su forma de hipérbole, para entender el fenómeno de heroísmo moderno y cómo se relaciona con el sufrimiento psicológico, podemos analizar una categoría de individuos quienes más sufren por las deficiencias del heroísmo moderno, es decir, de una manera que es «nítida y extrema.» (William James). Y, para esto, no hay mejor categoría de individuos que quienes son anti-héroes.
El anti-héroe es aquel individuo que ha fallado cabalmente en su intento de heroísmo social, que considera tanto la vía de la oveja como la vía del pavo real demasiado difíciles o demasiado anodinas como para seguir. Los problemas del anti-héroe son exacerbados debido a que él o ella han fracasado a la hora de descubrir una solución individual para llenar su vacío.
Y, consecuentemente, el anti-héroe experimenta depresión, ansiedad, odio hacia sí mismo y una división interior la cual lo fuerza, como el hombre del subsuelo de Dostoievsky, a «[fallar] en [su] vida mediante la corrupción moral en un rincón.» (Fyodor Dostoievsky, Notas Del Subsuelo). En su libro, Notas Del Subsuelo, Dostoievsky hace que su hombre del subsuelo confiese:
«Soy un enfermo... soy un hombre perverso. Soy un hombre desagradable. Creo que tengo mi hígado enfermo... No solo soy perverso, no, aun jamás logré ser algo: ni perverso ni bueno, ni un canalla ni un hombre honesto, ni un héroe ni un insecto. Y ahora vivo mi vida en mi rincón, burlándome de mí mismo con la consolación resentida y profundamente banal de que es, en última instancia, imposible para un hombre inteligente convertirse realmente en algo, y solo los idiotas se convierten en algo.»
Dostoievsky, Fyodor — Notas Del Subsuelo
El hombre del subsuelo de Dostoievsky es el anti-héroe acendrado, pero él es solo uno de los muchos que comienzan a germinar en la literatura y los medios de comunicación aun con más frecuencia que en los comienzos del siglo 19; cuando la sociedad comenzó a depender cada vez más del consumismo y la conformidad dimanantes de la burocracia paternalista. Después de estériles esfuerzos durante el decurso de su vida para hacerse rico y querido, el protagonista principal de «Muerte De Un Viajante», obra de Arthur Miller publicada en 1949, nos confía: «Me dí cuenta de la farsa ridícula que ha sido toda mi vida.» (Arthur Miller, Muerte De Un Viajante); resonando algunos de los pasajes de la entrega de 2019 del «Joker», el último anti-héroe que llegó a la escena cultura:
«Los anti-héroes de la literatura no son ominosos, más bien meramente patéticos.»
Bernstein, Andrew — Heroes, Legends, Champions: Why Heroism Matters
No solo rechazando el guión heroico socialmente aceptado, sino, además, renunciando por completo a la necesidad de heroísmo, el anti-héroe no tiene más alternativa que jugar el papel de víctima, lo cual fue llamado por el psicólogo James Hillman «la otra cara del héroe» (James Hillman, The Soul's Code).
En los subsuelos lúgubres y en los rincones moralmente corruptos de su mente, el anti-héroe se consuela a sí mismo culpando a alguien o a algo —cualquier cosa— por su incapacidad de degustar el heroísmo que pudo haber validado a su sí-mismo degradado. Se convence a sí mismo que ha sido pateado a la calle por su familia o sus compañeros, alienado por la sociedad, oprimido por el sistema económico, o consumido por defectos psicológicos.
Pero sea la variante que sea, la narrativa victimaria que el anti-héroe adopta lleva al mismo resultado. La vida del anti-héroe pierde totalmente su sentido y los caminos que podrían redimirlo son abnegados, dado que cree que las fuerzas que lo oprimen son demasiado fuertes como para ser contrarrestadas. En su libro «El Ruido Y La Furia», William Faulkner encapsula la mentalidad victimaria del anti-héroe:
«... ninguna batalla se gana... Ni siquiera se pelean. El escenario [de la vida] solo revela al hombre su propio locura y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos y tontos.»
Faulkner, William — El Ruido Y La Furia
Muchos mirarán hacia abajo, desde una distancia psicológica, y, al ver la figura del anti-héroe, sentirán compasión, o quizás repugnancia. Pero, aveces, la salud psicológica y el éxito en la vida demanda que seamos brutalmente honestos en nuestro autodiagnóstico. Y en aras de este fin, puede que sea una buena idea que reconozcamos la existencia de —al menos— un pequeño anti-héroe dentro de nosotros. El crítico Ruso, Viktor Shklovsky, sugirió que Dostoievsky dejó a su hombre del subsuelo sin nombre y lo hizo hablar en primera persona del singular «porque él es todos nosotros».
«Jamás he sido un cobarde en mí corazón, aunque siempre lo he sido en la acción.»
Dostoievsky, Fyodor — Notas Del Subsuelo
Pero, así como existe el anti-héroe dentro de nosotros, también existe el héroe, o como escribió Becker:
«El ímpetu al heroísmo es natural, y admitirlo es honesto.»
Becker, Ernest — La Negación De La Muerte
Somos el campo de batalla en la guerra de estas dos tendencias de la vida, el héroe y el anti-héroe; y así, nuestro destino depende de a cuál tendencia dejaremos morir de hambre, y a cuál alimentamos.
Para quienes prefiriesen dejar morir de hambre al anti-héroe y fortalecer al héroe, en el próximo vídeos nos enfocaremos en la psicología del héroe. Específicamente, delinearemos un camino efectivo hacia el heroísmo que puede reemplazar la vía de la oveja y del pavo real. Y examinaremos por qué la admiración y la emulación de los grandes héroes, del pasado y del presente, pueden promover nuestra misión para vivir una vida auténticamente heroica.
«La búsqueda del gran hombre es el sueño del joven y la ocupación más serie del adulto.»
Emerson, Ralph Waldo — Hombre Representativos
Incluso el hombre del subsuelo, en algunos de sus momentos más sobrios, sintió el dolor del ímpetu indómito al heroísmo, incitándolo a perseguir una mejor vida.
«Sé que no es el subsuelo lo que es mejor, sino algo diferente, muy diferente, de lo que tengo sed, pero que no puedo encontrar. ¡Maldito subsuelo!»
Dostoievsky, Fyodor, Notas Del Subsuelo