Nietzsche y Así habló Zaratustra: el Último Hombre y el Superhombre

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En así habló Zaratustra, el protagonista deja su hogar a la edad de 30 años y se aísla en las montañas esperando encontrar iluminación. Ahí, «a 6000 pies por encima del hombre y del tiempo», Zaratustra permanece durante 10 años, y en su soledad su espíritu crece y penetra en el enigma de la existencia del hombre. Una mañana, hastiado de su soledad y sobrecargado de sabiduría, se levanta al amanecer y le habla al sol:

«¡Gran estrella! ¡Cuál sería tu felicidad si no tuvieras a aquellos por los que brillar! Durante 10 años te has elevado hasta mi cueva: te hubieses agobiado de tu luz y de esta travesía sin mí, sin mi águila y sin mi serpiente... ¡Observa! Estoy agobiado de mi sabiduría como la abeja que ha recolectado demasiada miel; tengo necesidad de manos que se extiendan.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

Zaratustra decide que ha llegado el momento de separarse de su excelsa consciencia y, como el sol del ocaso, descender de su montaña para vaciar su sabiduría en el mundo del hombre ordinario.

«Debo descender en las profundidades: como lo haces tú cada atardecer, cuando te tiendes más allá del mar e iluminas aún el submundo, ¡Oh, estrella superabundante! Como tú, debo ocultarme en mi ocaso... ¡Observa! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere ser un hombre de nuevo.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

Durante el descenso de Zaratustra, este se encuentra con un anciano solitario quien pregunta a Zaratustra qué negocios tiene con la humanidad. Zaratustra le responde que él ama a la humanidad y que le está llevando el regalo de su profusa sabiduría. El anciano le advierte que la humanidad no tomará amablemente su ofrenda, más bien le responderá con el ridículo y el odio. Pero Zaratustra no hace caso a la advertencia del anciano, y continúa con su misión.

Pronto llega a una ciudad en donde una multitud está reunida, esperando por la actuación de un equilibrista. Aprovechando la oportunidad para difundir su sabiduría, comienza a enseñar a la multitud su principio cósmico de la evolución creadora.

«Yo les enseño el Superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué han hecho ustedes para superarlo? Todas las criaturas hasta este momento han creado algo más allá de ellas mismas: ¿y pretenden ustedes ser el reflujo de esta marea, y volver a ser animales en lugar de superarlo?»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

El principio cósmico de la evolución creadora de Zaratustra, en contraste con la evolución Darwiniana, propone que la evolución no está guiada por mutaciones accidentales y adaptaciones, sino por una fuerza teleológica la cual regula el desarrollo de la vida desde un estado espiritual inferior a uno superior. Esta fuerza es sentida directamente por los humanos como una aspiración, y al abrazar esta aspiración, según Zaratustra, el individuo puede superarse y evolucionar.

Las enseñanzas de la iglesia Cristiana reprimieron esta aspiración difundiendo la idea que perseguir la autonomía y actuar al servicio de los intereses propios es un pecado, mientras que sacrificarse a uno mismo y admitir la propia dependencia en Dios es el mayor bien. De este modo, los impulsos animalistas—como la lascivia, el orgullo y el deseo de poder— fueron clasificados como elementos malvados que deben ser domesticados y erradicados. La iglesia Cristiana le enseño al individuo no a superarse a sí mismo, sino a negarse a sí mismo y a debilitar su cuerpo en beneficio de su alma.

«La iglesia lucha contra las pasiones con escisión en todas sus maneras: en sus prácticas, en sus “curas”, en su castración. Jamás pregunta: “¿Cómo puede uno espiritualizar, embellecer y deificar un anhelo?” Siempre ha puesto el énfasis de su disciplina en la extirpación (de la sexualidad, del orgullo, de la sed de dominio, de la avaricia, de la venganza). Pero un ataque a las raíces de la pasión implica un ataque a las raíces de la vida: la práctica de la iglesia es hostil a la vida»

Nietzsche, Friedrich — El ocaso de los ídolos.

Zaratustra insta a la multitud a descartar las enseñanzas de la iglesia y, en su lugar, crear un nuevo significado de la tierra; uno que abarque el deseo del individuo de actualizarse y afirmarse a sí mismo, y que promueva el desarrollo de un cuerpo fuerte en el cual los instintos naturales sean vistos como una fuente de energía que debe ser canalizada y sublimada en aras de la superación propia. Este nuevo significado fue anunciado por Zaratustra como el Superhombre.

«Una vez dijeron “Dios” cuando miraban sobre los mares distantes; pero ahora les he enseñado a decir “Superhombre”.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

Cuando finalizó su discurso, aquellos en la multitud, creyendo que Zaratustra era el equilibrista que estaban esperando, se rieron y gritaron: «¡Ya hemos escuchado demasiado al equilibrista, déjanos verlo en acción también!» (Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra). El equilibrista, el cual asumió que estos gritos de la multitud eran su señal, emergió de su torre y comenzó su actuación. Impasible ante la confusión de la multitud, Zaratustra continuó su discurso, y uso la actuación del equilibrista como una metáfora de la relación del hombre con el Superhombre.

«El hombre es una cuerda», clama Zaratustra a la multitud, «tendida entre el animal y el Superhombre; una cuerda tendida sobre un abismo.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

La actuación del equilibrista es peligrosa, dado que tiene que atravesar una cuerda suspendida sobre un profundo abismo. Para lograr convertirse en el Superhombre, el hombre debe vivir así también: debe vivir peligrosamente. Debe asumir grandes riesgos y jamás permanecer estancado, y, a pesar de los peligros, siempre debe vivir por la autotransformación. Como explicó Zaratustra, quienes viven de esta manera son los individuos destinadas a ser los heraldos del Superhombre.

«Yo amo a todos aquellos que son como pesadas gotas cayendo individualmente de la nube oscura que cuelga sobre la humanidad: ellas profetizan la llegada del relámpago y, mientras caen, perecen. ¡Observen! Soy un profeta del relámpago y una pesada gota de la nube: pero este relámpago es llamado el Superhombre.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra.

Cuando Zaratustra acabó su discurso, la multitud estalló de risa una vez más. Creyendo que la falla estaba en su enfoque, intenta una estrategia diferente; apela al orgullo de la multitud advirtiéndole que la cultura Occidental está decadencia, inválida por una discapacidad de valores. Le informa que esta decadencia está reproduciendo al «hombre más despreciable», el Último Hombre, el contra ideal del Superhombre.

«Es hora de que el hombre se fije un objetivo. Es hora de que el hombre plante la semilla de su mayor esperanza. Su suelo aún es lo suficientemente rico para eso. Pero este suelo será algún día pobre y débil; nunca más podrá crecer un gran árbol de él.»

«Escúchenme: se necesita caos para dar luz a una estrella bailarina. Escúchenme: aún hay caos en ustedes.»

«¡Ay! Se acerca el momento en que el hombre no dará luz a ninguna otra estrella... ¡Observen! Debo mostrarles al Último Hombre»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

El Último Hombre es aquel que no se especializa en la creación, sino en el consumo. Estando sumido en la satisfacción de los placeres básicos, él afirma haber «descubierto la felicidad» en virtud de vivir en la era más avanzada tecnológicamente y materialmente lujosa de la historia de la humanidad.

Pero esta ofuscación del Último Hombre camufla un resentimiento subyacente, y deseo de venganza. En cierta medida, el Último Hombre sabe que, a pesar de sus placeres y comodidades, es vacuo y miserable. Sin aspiración ni objetivo significativo que perseguir, no tiene nada que pueda usar para justificar el dolor y el esfuerzo necesarios para superarse a sí mismo y transformarse en algo mejor. Está estancado en su madriguera de confort, y miserable por esto mismo. Su miseria no lo deja inactivo; por el contrario, lo obliga a buscar a alguna víctima en el mundo. No puede soportar ver a quienes están floreciendo y vistiendo valores superiores; en consecuencia, apoya inofensivamente la completa des individuación de cada persona en el nombre de la igualdad. La utopía del Último Hombre es aquella donde la igualdad total se mantiene no desde fuera, por una clase dominante opresiva, sino desde dentro, a través del «mal ojo» de la envidia y el ridículo.

«¡Ningún pastor y ningún rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son lo mismo: quien piensa distinto va voluntariamente al manicomio»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

Al finalizar su discurso sobre el Último Hombre, la multitud grita: «¡Danos ese Último Hombre! ¡Puedes quedar con el Superhombre!» (Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra). Al ver su burla, la advertencia del anciano en el bosque resonó en la cabeza de Zaratustra. Había vuelto a la humanidad por amor y con un regalo, pero le respondieron con el ridículo y el odio, justo como el anciano había predicho:

«Y ahora me miran y se ríen: y en su risa, aún hay odio. Hay odio en sus risas.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

Zaratustra se da cuenta de que la masa de hombres es incapaz de comprender el significado de sus palabras. Así que formula una nueva misión. No le dará su regalo y amor a la humanidad, sino a unos pocos individuos selectos con el potencial de ascender por encima del rebaño, y que, en las palabras de Zaratustra, «me siguen porque quieren seguirse a ellos mismos; y que quieren ir dónde yo quiero ir.» - Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra

Al comenzar su travesía, Zaratustra es testigo de un presagio en el cielo. Con el sol en su apogeo al mediodía, ve un águila volando en el cielo con una serpiente enrollada alrededor de su cuello, no como una presa, sino como su amiga. Esta es una vista extraña, ya que, históricamente, el águila —un símbolo de las más altas aspiraciones del espíritu— ha sido retratada como una enemiga de la serpiente —un símbolo de los deseos animalistas y el mal—. Así, la unión del águila con la serpiente representan para Zaratustra el siguiente mandato: para el pleno desarrollo del sí-mismo no solo debemos abrazar nuestras mayores posibilidades, sino también levantar nuestra sombra de sus profundidades psicológicas, y reconocer nuestra capacidad para el mal. Como Zaratustra elabora en uno de sus últimos discursos a sus compañeros:

«Es lo mismo con el ser humano que con el árbol. Cuanto más se elevan a la altura y a la luz, más fuertemente sus raíces se extienden hacia la tierra, hacia abajo, hacia la oscuridad, hacia las profundidades - hacia el mal.»

Nietzsche, Friedrich — Así habló Zaratustra