¿Vivimos en una sociedad enferma?

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«Actualmente, hay momentos cuando toda una generación es atrapada... entre dos edades, dos modus vivendi, con la consecuencia que esta pierde todo el poder de entenderse a sí misma y no tiene estándares, ni seguridad, ni simple aquiescencia.»

Hesse, Hermann — Steppenwolf

¿Vivimos en una época donde la normalidad se ha convertido en una enfermedad? ¿Nuestra sociedad se ha corrompido al punto que cuanto más nos adaptamos a ella, menos funcional nos volvemos? En este vídeo, exploraremos estas preguntas.

Lo que significa ser normal es relativo a la sociedad en la que vivimos. A través del tiempo y el lugar, y de cultura a cultura, los estándares de normalidad difieren. Pero, aunque la normalidad es dúctil culturalmente, hay una esencia de lo que significa ser normal, y esta esencia reside en la conformidad. Ser normal es ser conformista, es el ser guiado por el status quo, el aceptar el dogma de la época propia y el adherirse al sistema de valores dominante de la sociedad propia, o, como escribió el psicólogo Steven Bartlett:

«... la “normalidad psicológica” es el conjunto de las características típicas y socialmente aceptadas del funcionamiento afectivo, cognitivo y conductual, un conjunto de características cuya génesis es el grupo de referencia formado por la mayoría de la población de una sociedad.»

Bartlett, Steven James — Normality Does Not Equal Mental Health

Durante la mayor parte de la historia humana, el alejarse de las normas de la sociedad propia era un negocio peligroso, dado que tal acción incrementaba la chance de ser rechazado por la sociedad propia disminuyendo así la capacidad de sobrevivir y transmitir los genes propios. La conformidad, en otras palabras, es un rasgo que fue seleccionado en el decurso del proceso evolutivo, y esto explica el gran ímpetu para ser normales que tenemos. Otro factor que hace a la normalidad más afrodisíaca para nosotros es nuestra tendencia —compartida por todas las criaturas biológicas— de tomar el camino que ofrece menor resistencia. La vida es demasiado complicada para improvisar nuevas formas de manejar todas las situaciones, y, por ende, actuamos como otros actúan y pensamos como otros piensan. El hecho de que la humanidad tenga esta disposición innata a la conformidad es algo bueno: promueve la cohesión social y la cooperación, y permite que la sociedad se desarrolle de maneras complejas que hubieran sido imposible si no hubiésemos sido una especie conformista.

Pero solo porque la conformidad nos ayudó a sobrevivir en tiempos pasados y solo porque un mínimo de conformidad es necesaria para que una sociedad funcione, ello no significa que la conformidad es siempre un viatique de la vie [un viático de la vida]. Más bien, el valor de la conformidad depende de las condiciones de la sociedad donde vivimos. Es más, la conformidad debe ser balanceada con una dosis saludable de no conformidad para que una sociedad no es estanque. Ya que la no conformidad es quien crea lo nuevo, quien revela las fallas de lo viejo y quien ayuda a impulsar a la sociedad hacia mejores fronteras. Sin embargo, en Occidente hay una tendencia a sobrevalorar la conformidad y a etiquetar, estigmatizar, aislar, y, en casos extremos, aun institucionalizar a quien se desvíe demasiado de los estándares aceptados de normalidad. Benjamin Rush, el fundador de la Asociación Psiquiátrica Americana, plasmó este punto de vista con la siguiente declaración:

«Salud mental: capacidad de juzgar otras cosas como otro hombre, y los hábitos regulares, etc. Demencia: una desviación de esto.»

Rush, Benjamin

Reflexionando sobre la declaración de Rush, Steven Bartlett escribió lo siguiente:

«Para el Dr. Rush, la conformidad social es sinónimo de salud mental, y la no conformidad social, de enfermedad mental. En los dos siglos transcurridos desde que el Dr. Rush hizo sus declaraciones diagnósticas, el estándar de salud mental establecido por la conformidad con las normas psicológicas de la sociedad cotidiana ha permanecido exento de serias críticas por parte de la psiquiatría y la psicología clínica convencionales»

Bartlett, Steven James — Normality Does Not Equal Mental Health

El problema con la definición de salud mental de Rush es que está construido bajo un supuesto erróneo. Asume que las normas de una sociedad no pueden corromperse y que la normalidad no puede causar una enfermedad mental. En una sociedad que está floreciendo, la definición de salud mental de Rush puede mantenerse, pero cuando una cultura se vuelve enferma y una sociedad, corrupta, la normalidad se vuelve un estándar que arresta, distorsiona, impide y retrasa el desarrollo sano de uno. El adaptarse a una sociedad enferma enferma, el adaptarse a un mundo perturbada perturba, y, en tales casos, la definición de salud mental de Rush se da vuelta: la salud mental comienza a ser la desviación de la normalidad, y la normalidad se acerca a la locura. Aún más, el asociar la salud mental con la conformidad soslaya el hecho de que demasiada conformidad puede producir fácilmente rigidez psicológica y conductual insana la cual prepara al conformista para un gran sufrimiento si este está destinado a vivir en una sociedad profundamente trastornada, o, como escribió Carl Jung en su libro Tipos psicológicos:

«[El hombre normal] puede, en efecto, florecer en los entornos [de su sociedad], pero solo hasta el punto donde su milieu [entorno] se reúne con el desastre de transgredir las leyes [de la realidad y la naturaleza humana]. Compartirá el colapso general exactamente en la misma medida en que se ajustó a la situación anterior. El ajuste no es adaptación; la adaptación requiere mucho más que, meramente, ir de la mano con las condiciones del momento. Requiere la observancia de leyes más universales que las condiciones inmediatas del tiempo y el lugar actuales. El mismo ajuste del individuo normal es su limitación.»

Jung, Carl — Tipos Psicológicos

En tiempos de estabilidad social, la conformidad puede hacer la vida más fácil; pero, en tiempos de inestabilidad social, cuanto mayor sea nuestra conformidad, más nuestra mente reverberará el caos de la sociedad en nuestro interior. Por esta razón, una crisis social puede fácilmente inducir a una crisis masiva de identidad a través de una población de ardientes conformistas, o, como el sociólogo Gerald Platt explica:

«La pérdida de los órdenes sociales familiares y su respectivo lugar es, potencialmente, caótico. Quienes no pueden sostener un sentido de identidad personal, continuidad, sentimientos de valía, autoestima, membresía en una comunidad, y así, basados en su biografía, se ven, fácilmente, abrumados por cualquier cosa que los afecte. Cuando estas condiciones se generalizan, la sociedad viaja en los rieles de una crisis de sentido común»

Platt, Gerald M.

Hoy en día, muchos, vis-à-vis el panorama de tener que restablecer orden y sentido en sus vidas a medida que nuestra sociedad cambia, anhelan un retorno al status quo. Pero, el volver a la forma como estaban las cosas, aunque probablemente no sea posible, no sería beneficioso aun si fuese posible. El pasado abrió el camino al presente y, como muchos pensadores advenedizos han advertido, el Occidente ha estado en una condición de enfermedad y decadencia desde hace décadas, y la normalidad ha sido un estándar corrupto durante el mismo tiempo. Lo que es diferente ahora es que el perenne poder de la realidad está aplastando las ilusiones que cegaron a muchas personas a fin de ocultar la enfermedad de la normalidad moderna y que les hicieron creer que el ajustarse a tales estándares era el camino más seguro a seguir; pero, como Aldous Huxley advirtió proféticamente hace más de 60 años:

«Las verdaderas víctimas irreparables de la enfermedad mental se encuentran entre aquellos que parecen los más normales... son normales solo en relación con una sociedad profundamente anormal. Su acendrado ajuste a la sociedad anormal es una perfecta medida de su enfermedad mental. Esta miríada de personas anormalmente normales, viviendo sin problemas en una sociedad a la que, si fueran seres humanos, no deberían adaptarse»

Huxley, Aldous — Nueva visita a un mundo feliz

La desigualdad entre normalidad y salud mental puede evidenciarse en los altos índices de trastornos de ansiedad, depresión y suicidio, y por el abuso generalizado de drogas y alcohol. Aún más, la mentalidad turbal y el pensamiento colectivo, los cuales han rugido en las redes sociales durante una década y que se desarrollan ahora en las calles son otro vestigio de la inseguridad colectiva de nuestra época:

«La impotencia y el pánico conducen a la formación de grupos, o, mejor dicho, a la agrupación de masas en aras de la seguridad gregaria.»

Jung, Carl — Civilización En Transición

Pero, quizás, la forma más simple de juzgar el valor de la normalidad Occidente es haciendo la siguiente pregunta: ¿El hombre o mujer promedios parecen un individuo fuerte que esgrime los rasgos de carácter que pueden enfrentar los retos de la vida, o más bien, parafraseando al autor Richard Weaver, «el típico moderno parece cazado»? (Ideas Have Consequences). Dada la reacción de oveja ante la crisis actual, y la facilidad con que la mayoría de las personas pueden ser inducidas a un estado de pánico y temor absoluto, esta última opción parece más probable.

«Estamos en guardia frente a las enfermedades contagiosas del cuerpo, pero estamos... desamparados cuando se trata de las aun más peligrosa enfermedades colectivistas de la mente.»

Jung, Carl — The Earth Has a Soul

Si una enfermedad colectivista se ha expandido en la mayor parte del mundo, la única soluciones es, para quienes deseamos mantener nuestra salud, descubrir aquello que facilita el florecimiento humano y construir una vida al rededor de tales cimientos. Porque, aunque que los estándares de normalidad son culturalmente variables, lo que produce el florecimiento humano es más constante. Tenemos una naturaleza duradera con raíces que se remontan a nuestra historia evolutiva y, como señaló Jung:

«... cuando un organismo vivo es separado de sus raíces, pierde la conexión con el cimiento de su existencia y debe, inexorablemente, perecer.»

Jung, Carl — Aion

Y aquí puede estar la fatal falta de la concepción Occidental de la normalidad: falla en satisfacer apropiadamente las necesidades de nuestra naturaleza, y una de las formas más flagrantes en que lo hace es dando salidas inadecuadas a lo que Friedrich Nietzsche consideraba el más fundamental de nuestros ímpetus, a saber, nuestra voluntad de poder. Porque, aunque muchas personas son conscientes del adagio «el poder absoluto corrompe absolutamente», pocos entienden que, como escribió el psicólogo Rollo May: «la ausencia de poder personal puede ser igualmente corruptiva». A nivel individual, la impotencia lleva a la envidia, a la victimización y a una apatía que promueve la enfermedad mental, mientras que a nivel social una población de hombres y mujeres sin poder prepara el camino para la tiranía. Y así, dado que una dosis saludable de poder promueve la salud individual mientras que simultáneamente disminuye las desigualdades de poder que corrompen una sociedad, en el próximo vídeo vamos a explorar la psicología del poder.

«Dondequiera que encontré vida, allí encontré voluntad de poder.»

Nietzsche, Friedrich — Así Habló Zaratustra